lunes, 8 de junio de 2009

El secreto de la caja de cerillos.


No sabría como empezar; no lo recuerdo bien, tal vez era muy noche cuando todo paso. Tal vez la lluvia entorpecía mi camino; el insomnio que se había acumulado en días me hizo enloquecer. Caminaba con el frío atormentando mis mejillas, el agua me calaba los huesos, el destello de las luces de los coches me cegaban, ya no recuerdo a dónde me dirigía ni que pretendía hacer. Sólo sé que caminaba y caminaba, a veces sentía necesidad de correr; ¿De qué corría? ¿De quién corría?

Pronto la ciudad desapareció; las casas ya no se veían, sólo estaba la carretera y el bosque frío que se abría para soportar mi soledad. Una sensación extraña me recorría la piel, ya no sentía el frío ni la lluvia, el bosque se había tragado mi alma, mi mente por un momento guardó silencio, las miles de voces que me asechaban habían callado, habían por fin huido. Jamás en la vida había sentido tanta paz; tanto silencio, me dio miedo lo recuerdo, salí corriendo de nuevo entre las ramas que atrozmente azotaban mi piel, no le veía fin a ese bosque y mucho menos a ese silencio que me invadía. Había deseado toda la vida que desaparecieran, las odiaba, les guardaba rencor, no las soportaba y, justo cuando me encontré sin ellas, no pude encontrarme a mi. Corrí, sin saber a dónde, pronto llegué a un claro donde la luna se asomaba, contemple mis manos, la sangre corría aún.

Las lágrimas comenzarón a brotar, ¿Me habría quedado sin oir? ¿Qué sucedió?- ¡Dime algo!- Grite a los cuatro vientos; - ¡Por Favor!- pero, el silencio seguía ahí, se sentía un vacio, un maldito vacio. La luna pronto desapareció, la oscuridad se hizo etérea, no podía ver más allá de mi propia nariz. El pánico comenzó a tomar fuerza, mis huesos temblaban, seguí corriendo, me herí infinidad de veces con los arboles y ramas que no se dejaban ver. Una roca, un hoyo o algo similar, me hizo rodar por una pendiente. Azoté sobre un río de piedras asperas, mi cabeza colapsó contra una barra fría de metal. Un hilo de sangre comenzaba a brotar de la cien. Intente ponerme de pie, mi cuerpo no reaccionó, seguía en ese río de roca caliza, con el maldito silencio, con el maldito dolor en mi cuerpo, en mi alma.

Intente moverme una vez más, lo único que respondió fue mi mano, apreté tan fuerte las piedras, para escuchar a alguien gritar, pero no pasó nada. Me odie tanto, queria de regreso las voces, las necesitaba, me hacían falta, me hacian sentir seguridad. Un esplandor a lo lejos se dejó ver, era un luz tenúe que poco a poco cobraba más fuerza, no esuchaba nada, tampoco creía poder pensar nada, hasta que, me acordé de tí. Me acordé de lo que había pasado, de lo que habíamos hablado, de lo que te había hecho, de lo que nos habiamos dicho. Recordé tu última frase "Por tí daría la vida". La luz destellante cada vez se acercaba más, recordé el último detalle que me habías dado; después de aquella frase, antes de que te diera la espalda y me marchará; mediste una cajita de cerillos. Mi corazón dio mil vueltas, mi mano corrío a la chamarra para sentir si aún estaba ahí. La sentí, la acerque a mi rostro y con mucho dolor comence abrirla con la boca, solo había un cerillo, un cerillo rojo nuevo, intacto. La luz me cegaba, tome la caja, y vi que tenía escrito algo, sabía que no podías dejar de decirme algo. lo leí enseguida, -Si me amas en verdad; enciende el fósforo, algo mágico pasará. - Dude un poco, no porque no te amará, sino como iba el maldito fósforo ha prenderse después de tanta lluvia, pero seguí mi instintó y lo frote en la caja. Una gran mecha de fuego se encendió, tan grande como mi amor por tí. Como nuestro amor. Esa mecha me hizo ver mi realidad. Me di cuenta en dónde estaba, identifique esa gran barra de metal que llegaría a conocer tan bien. Sé que te había amado como jamás creí poder hacerlo, pero era demasiado tarde nuestro destino se desvanecía con aquella fuerte y destellante luz y nada podía ya hacer. Cerré los ojos intentando soñar y, te ví a ti sonriendo, esperándome...

Recuerdo que en un instante el silencio se desvaneció y lo último que oí fue el pitido del tren.


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